No siempre lo notamos. A veces pasa en una conversación, en una caminata más lenta, en una pregunta repetida. El duelo de ver hacerse viejos a tus padres.

De pronto, un día, te das cuenta: mamá ya no se mueve igual, papá se cansa más rápido, las visitas al doctor se vuelven una angustia que te paraliza el día. Y aunque siguen estando, empiezas a despedirte en pedacitos.
Ver envejecer a tus padres es un duelo silencioso. La destreza que tenían para ayudarte a abrir tu caramelo o a resolverte la vida con un solo abrazo ahora tomo otra ruta.
Este duelo llega sin avisar, se siente con fuerza: en los cuidados que ahora das tú, en los papeles que se invierten, en la nostalgia de lo que fueron y el amor por lo que son hoy.
Este proceso, aunque inevitable, también es profundamente humano. Nos enseña sobre la fragilidad del tiempo, pero también sobre su belleza. Porque acompañarlos en esta etapa es, quizás, uno de los actos más puros de amor.
No hay una fórmula para hacerlo bien. Solo presencia, paciencia… y estar ahí, incluso cuando las palabras no alcanzan.

Advertir y cuidar la comunicación que tienen a través de redes, sociales se vuelve casi como cuando nos prohibieron ver los Simpson o navegar en internet sin candados, las caídas inocentes se vuelve cardiacas y no podemos vivir en angustia, eso no es vida, lo que podemos hacer es vivir con la certeza de que siempre todo tiene solución y de que esta vez quizá nos toca dar una mano más firme. Hemos crecido y aunque a los 30 no se le entienda mucho a la vida, se comienza a aprender a vivir mejor, con más calma y con mejor selección de con quién compartimos nuestra energía.
Los papás comienzan a vivir desde la nostalgia de lo que fueron, hicieron, comieron, bebieron, a dónde fueron y dan lecciones de vida que en su momento les funcionaron. Si bien ahora son otros tiempos en algo deben tener razón, la experiencia da grandes empleos.
Este duele viene acompañado de escuchar la misma historia 10 mil veces, y nuestro papel es sorprendernos y poner la misma atención como si fuera la primera vez que nos la cuentan, es inevitable pensar en que una posible despedida inesperada puede suceder en cualquier momento pero no estemos pensando en el final, el aquí y ahora hay que disfrutarlo más, nadie nos habla de este proceso solo lo vamos abrazando y nos hacemos la idea de que cada vez somos más grandes y que podemos afrontar situaciones que de chiquitos nos hacían llorar de miedo.
Ver envejecer a tus padres duele, pero también enseña, es honrar en todo momento el camino que te abrieron.




