No es de extrañarse que cada aparición del artista de mucho de qué hablar, pero esta última manifestación se viralizó por la censura.
El 8 de septiembre en el exterior del Tribunal Superior de Justicia de Reino Unido, apareció un mural del artista mostrando a un personaje, que por sus características (peluca y toga), referenciaba a un juez, golpeando a un manifestante tirado en el suelo, que portaba una pancarta manchada de sangre, la obra no aludía a ninguna situación específica, pero se enmarcó en la polémica del grupo de Acción Palestina, en donde alrededor de 900 personas fueron detenidas.
Aunque el artista no confirmó nada, a solo 48 horas de la aparición, el mural fue cubierto con paneles metálicos y posteriormente removido. La razón fue que el edificio está protegido por sus importancia histórica.
En diversos momentos se ha tachado a Bansky de banal al tener mensajes políticos ambiguos, además de hipócrita por vender su arte en millones de dólares, perteneciéndole al sistema que tanto juzga en sus obras.
Lo cierto es que sus apariciones abren el debate hacia la reflexión de las situaciones actuales, de ahí que la censura de su reciente pieza haya causado controversia, puesto que, si bien el grafiti a primeras tintas es ilegal por ocupar el espacio público, es parte de la imagen cotidiana de las ciudades.
Así, la acción del gobierno de eliminar una imagen solo reafirma su fuerza, y en un momento en donde las imágenes son tan efímeras por su circulación masiva, la obra de Bansky se convierte en una imagen potente, es decir, que tiene la potencialidad de significar más allá de la misma obra. Al ser censurada se vuelve un ícono de resistencia que porta el mensaje inicial y, abre paso sobre la fuerza de las artes como objetos subversivos, que sirven más allá de su función decorativa, mostrando la realidad que se oculta entre el día a día, para así, retomar la discusión…
¿El arte sigue aportando a la conciencia crítica o se ha vuelto complaciente y solo un objeto decorativo?
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