Ariadne Rodriguez
Durante los últimos años, la estética minimalista y pulida del “clean look” ha marcado el pulso de la moda. Colores neutros, cortes simples y una narrativa de “esfuerzo cero” dominaron las pasarelas y feeds de Instagram. Sin embargo, en medio de esta obsesión por la pulcritud estética, comienzan a aparecer señales que apuntan hacia un retorno inesperado: el grunge.
El resurgimiento se detecta en pequeños detalles, pero cada vez más visibles. Jenna Ortega, considerada un ícono generacional tras su papel en Wednesday, ha sido fotografiada en looks desenfadados que dialogan con una estética oscura y juvenil: minifaldas a cuadros, medias desgarradas y blazers oversize. Su presencia en alfombras rojas y editoriales funciona como catalizador de tendencias, y su acercamiento a la moda oscura recuerda inevitablemente al imaginario de los 90.
A este fenómeno se suma la última campaña de Gucci, donde Demna Gvasalia reinterpreta la estética de la rockstar con guiños claros al grunge. Leather jackets, faldas a cuadros, medias negras y un styling deliberadamente caótico evocan tanto la rebeldía de Kurt Cobain como la sofisticación italiana de la casa. La campaña no solo apela a la nostalgia noventera, sino que propone una narrativa alternativa a la perfección minimalista: el glamour del desorden.

Imagen. Cortesía
Asimismo, los prints plaid, inseparables del imaginario grunge, resurgen con fuerza en colecciones de marcas como Vivienne Westwood (históricamente asociada al punk y al grunge británico), Saint Laurent o incluso fast fashion como Zara. El plaid deja de ser un simple patrón preppy para volver a leerse como símbolo de disidencia, capaz de convertir un atuendo pulido en un statement contracultural.
Este regreso no es casualidad. El grunge original de los 90 surgió como respuesta al vacío cultural y económico de la época, donde la juventud buscaba autenticidad frente al consumo masivo. Hoy, en un contexto de crisis climática, precarización laboral y saturación digital, la moda refleja nuevamente el desencanto. El grunge reaparece no solo como estética, sino como lenguaje político y cultural, en contraste con la perfección aspiracional del clean look que domina Instagram y TikTok.
El clean look ha sido la representación de un ideal: control, disciplina, neutralidad. Pero, al igual que en los 90, el grunge aparece para recordarnos que el desorden, el caos y la contradicción también son parte de la experiencia contemporánea. Los looks desenfadados, el plaid y la estética rockstar no son simples modas pasajeras; son signos de que una generación cansada de la homogeneidad estética comienza a reclamar espacio para narrativas más auténticas y viscerales.
En ese sentido, el regreso del grunge no debe leerse como el fin del minimalismo, sino como un contrapunto necesario. La coexistencia de ambas estéticas revela una moda más plural, donde la rebeldía puede convivir con la pulcritud, y donde lo desalineado no se percibe como falta de estilo, sino como una afirmación de identidad.El grunge, en definitiva, vuelve a recordarnos que la moda no solo viste cuerpos, también traduce estados culturales. Y en tiempos de incertidumbre, quizás lo que buscamos no es vernos perfectos, sino vernos reales.




