Ariadne Rodriguez

Cortesía. Pinterest/Midjourney
En los últimos años, la moda ha dejado de ser un territorio exclusivo de la intuición humana para convertirse en un laboratorio de datos. Desde algoritmos que predicen qué colores dominarán la próxima temporada hasta campañas enteramente generadas por inteligencia artificial, la industria del lujo está entrando en una nueva fase: la de la co-creación entre humano y máquina.
Pero, ¿qué significa realmente que la inteligencia artificial se introduzca a la industria de la moda? Significa que la creatividad, el deseo y la estética, los pilares más humanos de la moda, están siendo traducidos a lenguaje algorítmico. Las marcas experimentan con herramientas generativas para visualizar ideas, crear moodboards o diseñar campañas que interpretan la sensibilidad de sus directores creativos en clave digital. La IA se convierte en un nuevo tipo de atelier: veloz, predictivo y capaz de materializar un imaginario en segundos.
Sin embargo, esta aceleración plantea dilemas. Si todo puede ser generado, ¿qué ocurre con la autoría y la emoción detrás del diseñ o? La moda siempre ha funcionado como un espejo cultural, pero los algoritmos, entrenados con millones de imágenes previas, tienden a reproducir estéticas dominantes. El riesgo: una homogeneización del gusto global, donde el “algoritmo del estilo” dicta qué es deseable, borrando matices locales y disidencias creativas.
La inteligencia artificial también reconfigura el lujo como concepto. Ya no se trata solo de materiales o savoir-faire, sino de inteligencia estética: la capacidad de entender los deseos de un consumidor hiperconectado antes incluso de que los formule. Según un informe de McKinsey & Company (2024), más del 60% de las marcas de lujo ya integran IA en sus procesos de diseño, personalización y predicción de demanda. El lujo se vuelve anticipatorio, casi telepático.
Por otro lado, la IA abre un nuevo espacio de experimentación. Diseñadores emergentes exploran la moda digital como una extensión del cuerpo y la identidad, liberándola de las limitaciones físicas. Aquí, el algoritmo no sustituye al diseñador, sino que amplifica su visión: un diálogo entre la imaginación y la tecnología.
En este nuevo escenario, la pregunta deja de ser si la IA puede crear moda, sino qué tipo de moda queremos que cree, que tipo de discursos queremos crear o como queremos que sea direccionado la AI a nuestras vidas creativas. Una que automatice el deseo o una que lo expanda. Porque mientras las máquinas aprenden a diseñar, los humanos tendremos que aprender a sentir de nuevo lo que significa vestirnos.




